
Miguel Angarita
Quizá la primera palabra que podría utilizarse para definir la pintura de Miguel Angarita, es: metafísica. Su más reciente obra sin duda está impregnada de ese sentimiento cósmico del artista que no se conforma con representar sino que eleva a la cumbre de sus arterias las sensaciones de los cuerpos, la crispación de una mano, el rictus de una boca en su ansiedad o desolación, el oscuro pliegue de unos párpados, el despojado lenguaje de las ropas o el incesante golpe del agua en un paisaje.
El pintor vibra con sus lienzos y éstos de inmediato transmiten ese compendio de sensaciones interiores que develan inquietantes y oscuros interrogantes, pero también afirmaciones profundas.
La búsqueda y el hallazgo por donde han venido caminando sus pinceladas, la conjugación de ese espacio que instaura su propio linaje, la extracción de la materia hasta el éxtasis mismo, nos conducen a caminar por sus imágenes y a detenernos en el púrpura de sus habitaciones, donde el cuerpo –protagonista indiscutible– ofrece las primeras claves oníricas.